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Mi primer recuerdo en Versalles fue casi accidental, caminando años atrás el centro con mi papá, adolescente, entramos y disfrutamos de empanadas argentinas y chilenas, él se pidió una cazuela de mariscos que resultó ser una sorpresa deliciosa e inesperada para el lugar. Es imposible ir a Versalles sin sentir que se ha congelado el tiempo por un momento, es un lugar de añoranzas, de ambiente tranquilo (el segundo piso, el primero no), de pensar que ahí mismo estuvieron nadaístas escribiendo y departiendo tardes enteras. Es un lugar que sabe a centro de Medellín, pero no de Medellín cosmética, sino de esa Medellín que se niega a desaparecer, en la que la tertulia vespertina con un buen café no era algo extraordinario u ocasional. Es un lugar en el que sobrevive el acto de "juniniar". Infaltable una empanada argentina y jugo de mandarina.

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