Jimmy K.

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12/09/2022 Jimmy K.

Después de una semana viajando por Santander y Boyacá, finalizábamos el viaje en Bogotá y decidimos buscar un lindo restaurant con mi compañera para coronar un lindo paseo. Luego de caminar por La Candelaria nos topamos con este sitio que además de un buen nombre se veía prometedor. Me sentía con mucho apetito, famélico, y cuando eso me pasa, no me pongo muy exigente, en aquel momento me conformaba con comer un buen pedazo de carne acompañado de cualquier carbohidrato. Incluso un salchipapa hubiera sido la gloria. Nos acomodaron en una mesa, nos tocó un buen mesero, diligente, conocía bien la carta. Pedí un Sabbat, no recuerdo qué pidió mi compañera, pero la primer sorpresa me la llevé cuando me trajeron el plato y la dejaron esperando a ella. En restaurantes de cierto nivel eso no se hace. Los platos siempre llegan juntos, más aun cuando en la mesa son sólo dos personas. La segunda (y mucho mayor) sorpresa fue cuando mastiqué el primer pedazo de carne. Juro que no lo digo con ningún ánimo de exagerar: fue la carne más dura que mastiqué en mi vida. Más allá del hambre que tenía, y considerando lo que me había costado terminar de tragar el único pedazo que había llevado a mi boca, me di cuenta que no podría terminar de comer ese trozo de carne petrificada, entonces debía hacer algo que muy pocas veces he hecho en mi vida: devolver el plato. Mientras esperaba al mesero probé lo que parecía ser un puré de papas. Me equivoqué, era simplemente papa pisada y fría. Era lo de menos, la hubiera comido igual. Pero lo de la carne era entre insólito y aberrante. Habiendo pasado años comiendo diferentes tipos carnes, en lugares de lo más variados, incluyendo por supuesto baratos asaderos de ruta, me vengo a encontrar con esta roca fibrosa en un restaurant que se presume de cierto nivel. Llamé al mesero y le expliqué mi experiencia al morder ese intratable pedazo de carne, le pedí por favor que se lo llevara al chef para que lo probara, ingenuamente pensé que al hacerlo enviaría sus disculpas con una explicación de rigor: le falló el proveedor de la carne. Puede pasar, es comprensible. El mesero, casi como si estuviera entrenado para estos casos, antes de llevarse el plato, me dijo que el chef le había dicho que ese corte no era lomo sino ribeye, justamente mi corte favorito, el que más a menudo como, por ende, el que más conozco. No existe ningún tipo de carne que con esa dureza se pueda presentar en un restaurant, en esos casos se la hace braseada o sudada para ablandarla, cualquier persona con un mínimo conocimiento de cocina lo sabe. Mientras esperaba las disculpas del caso (?) ordené un plato con pechuga de pollo, poca exigencia la mía, pero estaba muriendo de hambre y no estaba dispuesto a correr el riesgo de volver a toparme con otro incomible trozo de res. Me llegó el plato pero sin las disculpas. La pechuga estaba bien (sería insólito que arruinaran una pechuga de pollo) pero las papas en cascos estaban nuevamente frías. Me pedí un Negroni (debo decir que estaba bien hecho) y la cuenta, con mi compañera debatimos si nos cobrarían esa aberración cárnica que me habían traído, pero nos inclinábamos a pensar que no lo harían. Si el chef había probado ese supuesto ribeye, no podía permitir ni que el dueño del establecimiento quisiera hacerlo. Pero sí, abyecta y mezquinamente decidieron cobrarnos eso. No hice ningún escándalo ni reclamo, simplemente le dije que no pagaría la propina que habían agregado a la cuenta sin ningún consulta previa, expliqué la razón y tampoco recibí ningún atisbo de disculpa, parece que ésa es la política del restaurant.

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